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Mostrando las entradas de abril, 2012

La abuela Olga

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Olga Orozco y Alejandra Pizarnik Estoy empezando a estudiar la obra de Olga Orozco. No la conocía. Curioso –lo digo con ironía– que ninguno de mis maestros la hubiera nombrado antes. Ahora que fui a Buenos Aires me la encontré de frente en una librería, me miraba desde la portada de  Poesía completa , publicada por Adriana Hidalgo editora. La leí un buen rato y nos amigamos de a poco, porque las dos somos desconfiadas al principio. Pasada la mutua prueba, nos reímos y me la traje para que habitara con las demás abuelas de mi voz.  Olga es quizás la más misteriosa de todas, la más filosófica y hermética –de Hermes. Es de esas abuelas que todo el tiempo te habla en profecías y te deja pensando semanas en el revés de todo lo que existe.  Ignoro a qué olía, pero imagino que había algo de nuez y lavanda en su piel. Eso me revela su voz que, dicen, era áspera, profunda.  Algo se me tuerce por dentro cuando los críticos y reseñistas haraganes insisten en llamarla "bruja".

Son de agua

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Empiezo a reconocerlos, parecen versos pero no lo son. Si te acercas lo suficiente, podrás escuchar cómo pasa el río entre las letras. Si te dejas inundar con los ojos cerrados, verás que sus imágenes  nacieron del agua que canta toda la noche y hasta el atardecer de la página siguiente. Aunque estén interrumpidos por la cortina blanca del renglón, aunque hayan aceptado ser estanque para que los cortos de aliento no se ahoguen,  aunque el choque medido de los cantos  imite a las aves libres o en cautiverio –endecasílabas de plumaje plástico–, su naturaleza fluvial resurge como el mantra secreto del udu.  A sí, en lo secreto, cuando encuentro uno, lo desversifico, le quito la represa y lo reescribo en una línea que se tuerce y se endereza a voluntad. Estoy dibujándome una hidrografía íntima, rehaciendo mi paisaje con poemas largos y caudalosos, yang-tses, usumacintas, mississipis que desembocan en un mar que no sabría decir exactamente dónde está, pero que intuyo su presencia c