Pangéica I
Mi cuerpo te
ha llorado de muchas formas durante el desprendimiento, pero hoy no siente
melancolía. Sabe que así tiene que ser y se alegra, nos alegramos genuinamente
desde todos los reservorios de nuestra geografía porque a pesar de mi
resistencia ocurrió lo que decretaste al tercer día. Sin darnos cuenta fuiste
sembrando tu nombre en mi tierra de isla flotante. Hay playas bahías cumbres
bautizadas con tu imaginario, hondonadas que se abrieron para ti cuando accediste
a desarmarte. Hay paisajes cuya sonoridad autóctona abrazaste y aún vibran
cuando alguien más las evoca en mi ausencia. Lo sé, puedo sentirlo. Porque me
pasa lo mismo. En la bitácora tengo señalado el día que me enseñaste a
sacar agua de las piedras y la vez que aprendiste a cocinar el verde. Luego nos
poblamos hasta dejarnos colonizar la lengua por debajo, tanto que soñamos un
mestizaje sin conflicto. Acordamos reescribir la historia mas reaparecieron tu
credo y el mío y chocaron como naves en el aire. Nuestra fe nos separa, tu dios
y mi diosa no han querido entregar su cetro. Y es así que me convenzo de que su
mandato nos precede. Y es así que nos alejamos, tú en una barca de regreso al
continente de lo conocido, a esa tierra que no se marcha, yo en mi asteroide
migratorio de paisajes estacionales impulsada por el deseo que alguna vez
desatara Doctor Fausto. Pero me voy tejiendo una canción con tus nombres que no
se borran porque están escritos desde dentro, en el reverso de la piel, como
emanaciones vegetales, fibras verdes para un vestido de siemprevivas y
hueledenoches. Aquí vienes conmigo. Hasta la próxima vuelta.
Comentarios