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Primavera austral

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Ayer, mientras volvía a casa en bici bajo la luz de los faroles, descubrí la danza nocturna de las corolas, un ritual que sólo el olfato percibe. Apenas se esconde el último rayo de luz, las flores abandonan el cáliz para convertirse en nubes de perfume. Uno pasa a través de ellas como un pájaro pedaleante y termina con la piel pintada de aromas, con el pelo lleno de nidos y promesas de almíbar. La primavera austral. Una piensa que esos arrebatos ya no van a ocurrir, que bajo el asfalto quedaron sepultadas las reacciones forestales del instinto. Pero no: aquí estoy, amándola en lo secreto de la entraña. Porque hay párpados para negar a la belleza diurna de sus vestidos, pero la ebriedad que provocan las hadas nocturnas es inevitable, como irrenunciable es la respiración.