DOCE AÑOS

Qué curioso es todo esto. Volver a casa de la abuela después de tantos años me ha puesto ridículo y melancólico. Esta casa, llena de polvo y muebles viejos, me ha puesto así. Cuando mi madre me llamó, tomé el primer avión sin pensarlo. Ha muerto la abuela, no tardes. Ha muerto, como algún día morirá toda la gente que queremos, incluyendo a mi madre, incluyéndote. Por eso no me gusta recordarte, Sara. Por eso dejé mis libros, mis discos, mis cuadernos en esa caja. Pensé que la abuela, conociéndome tan bien, quemaría esas cosas que, ella lo sabía, me pondrían así. Pero no tuvo tiempo y aquí estoy, repasando los días marcados en estos cuadernos con fechas y notas. Doce años, ahora los calculo sin errores, sin concesiones. Han pasado tantas cosas desde aquellas horas que pasamos juntos y que sumadas no dan más de treinta y cuatro días.

Cuántas vueltas puede dar la vida en treinta y cuatro días, en ochocientas dieciséis horas. Las suficientes para elegir no volver a vernos, para decidir que lo nuestro era tan breve como intenso. Estabas llena de asuntos siempre urgentes que apenas tenías un rato para encontrarnos en alguna esquina improbable, siempre robándole minutos al tiempo para besarnos a escondidas, y decías que los relojes te perseguían, que a descansar a la tumba. Pero yo sé que no eran los relojes sino la prisa, el hambre absurda de volver a casa, a tu soledad acompañada donde llorabas en silencio para que no te oyeran, porque me amabas y no podía ser. Claro que no podía ser porque el amor es insostenible entre iguales, por lo menos el nuestro, porque esa forma de querer no se aprende en casa, ni en las películas, ni tus padres ni los míos se amaron así, ¿cómo amarnos entonces? Por eso inventamos frases y códigos que sólo tú y yo sabíamos descifrar, que eran poco prácticos y complejos, como tus actos y mi pensamiento. Por eso adoptamos canciones para recordarnos para siempre, y el día que elegiste “Time after time”, yo escogí “Milagro”, porque no encontramos ninguna que se llamara “Secreto” y que nos gustara a los dos, o tal vez la mantuvimos oculta, como tantas otras cosas que nunca confesamos porque estábamos llenos de recovecos y nos hizo falta tiempo para recorrerlos.

Me gustaría saber dónde estás ahora, en qué lugar del mundo has decidido parar, a qué hombre triste has elegido esta vez para alegrarlo con tu risa pegajosa. No sé dónde te encuentras y si en esa ciudad son las seis de la mañana y ya estás despierta, aunque sea domingo; o si es sábado por la noche y caminas desnuda por la casa canturreando “Agua de marzo” después de hacer el amor. Era un sábado, hace doce años, aquí lo dice con todas sus letras, con todo mi enojo contenido cuando me pediste que me fuera, que era la última vez, que no podía ser.

No sé nada de ti. Tal vez no quiero saberlo y eso me hace más daño porque sé cuánto me gustas y que si te viera me daría cuenta de que no has cambiado, que todavía te gusta pisar los caminitos de hormigas en los patios y mirar a los perros cuando duermen, y llenarte los dedos con mi cabello, si lo vieras ahora, tampoco ha cambiado. Y me da aún más rabia porque sé que pagas tus deudas y que aquella vez, la primera, dejaste que mi mano se metiera bajo tu pantalón de mezclilla y abriste las piernas porque algo me debías. Y ahora también me debes algo, mucho más valioso, inestimable. Ahora me debes tu libertad y las alas que te regalé con cada carta no enviada, con kilómetros de distancia, con motivos inventados para no buscarte hasta que se me hizo costumbre no olerte ni saber dónde me encuentro porque tú no me contabas que habías soñado conmigo en una torre, en una playa, en una calle de Perú. Estoy seguro que no has cambiado nada y que pagarías tu deuda que es muy grande pues ya son doce años de olvido en silencio. Esperaba que de pronto, en tu locura, me llamaras aunque sea para callar en voz alta o para contarme tus alucinaciones, tus manías, tus desvaríos, pues sabías que del otro lado del teléfono yo escuchaba con una mordaza de orgullo y amor acumulado. ¿Cuántas veces rompiste tu palabra de alejarte? Perdí la cuenta al tercer año, pero ya ves que yo sí cumplí con el silencio y la distancia que me hiciste prometer a pesar de mí.

Esta noche he salido a recorrer las calles con tu imagen en los ojos. Te he buscado en las señales y no me dicen nada. No sé qué haré con los cuadernos, no sé qué haré conmigo o si seré capaz de volver intacto al lugar donde nada me recuerda a ti, a los que fuimos hace doce años cuando todo era tan breve como intenso. Quisiera que la abuela hubiese tenido unos días más para deshacerse de nosotros, pero ella está muerta y más vale que yo lo haga.


DR © Luza Alvarado

Comentarios