NINA Y CALABAZA

A Nina le encanta ir al parque con la abuela. Se suben a la resbaladilla, buscan bichos bajo las hojas y corren detrás de las burbujas. Cuando Nina corre y se cae, la abuela le pone una pomada y dicen juntas: “Sana, sana, patita de rana”. Entonces Nina se siente mejor.
En su cumpleaños, Nina recibió un regalo de la abuela: una tortuga redonda como burbuja. Su caparazón era como una piedra rugosa, y su piel era como la de las calabazas verdes. ¡Le pondremos Calabaza!, dijo Nina. Calabaza y Nina hacían muchas cosas juntas: jugaban en el parque, en la tina de baño y en la jardinera. A veces Nina invitaba a comer a Calabaza, pero Calabaza se quedaba dormida junto al calorcito del plato de sopa. Una tarde, Calabaza cogió un resfriado. La llevaron al veterinario y le pusieron unas gotitas en el agua. “Sana, sana”, le cantaba Nina, pero Calabaza no se sentía mejor. Tres días después, Calabaza dejó de respirar y se quedó muy quieta. A Nina le dolió el pecho inexplicablemente. “¿Qué le pasa a Calabaza?”, preguntó Nina.
- Calabaza se murió, Nina. –respondió la abuela, acariciándole los rulos.
- ¿Y qué es morirse? ¿Cómo se cura eso?
Nina sabía que la abuela tenía remedios para todo... Y la abuela no la defraudó: “La muerte es un sueño laaargo. Te daré una hojita verde, cuídala bien. Cuando se ponga amarilla, el dolor se habrá ido.” Luego, enterraron a Calabaza en el jardín.
Cada noche, antes de dormir, Nina veía la hoja muy verde en su buró. Soñaba que volaba montada en el caparazón de Calabaza. Se emocionaba tanto que despertaba, pero la hoja seguía verde. Un buen día, la hoja comenzó a perder su color. Entonces Nina pensó: tal vez ya es hora que deje de doler. Esa noche, Nina volvió a soñar que volaba sobre Calabaza. Esta vez se aferró fuerte al caparazón y aterrizaron a la entrada de una cueva luminosa. En señal de despedida, Nina y Calabaza pegaron sus narices. Después, lenta y contenta, Calabaza entró a la cueva. Nina regresó volando a casa, entró por la ventana y se quedó dormida.
Al despertar, un sol espléndido entraba por la ventana abierta. Nina miró la hoja: era tan amarilla como las plumas de un pollito. Nina llamó por teléfono a la abuela para darle la buena noticia. Ese día, fueron al parque. Nina volaba sobre la espalda de la abuela. Persiguieron burbujas y se revolcaron sobre las hojas amarillas del otoño.

© DR Luza Alvarado

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