FILAS 2

En las democracias de primer mundo la fila tiene la forma de un flagelo, de un hilacho -de ahí el nombre- que avanza. En México, contradictoriamente al término, la fila es un espejismo de orden: los hay con forma amiba, de embudo, de cráneo de siamés y de caracol, entre otros. Curioso es que nadie sea capaz de levantar la voz y pedir a tanto impaciente que se coloque uno detrás del otro, para qué empujarnos si de todos modos vamos a pasar. Pero nadie quiere ganarse la enemistad de los demás en nombre de la civilización. Porque civismo, civilización, valor cívico y los demás términos de este campo semántico no significan lo mismo para nosotros que para los alemanes, por ejemplo. En México nos gusta hacer la antifila, sobarnos, bañarnos de olores, abochornarnos del nivel de ciertas conversaciones y reírnos de chistes que luego contaremos en alguna reunión.
¿Por qué hacer algo tan aparentemente absurdo como la antifila? La explicación menos pesimista que encontré es que si estamos concentrados en arreglar los pequeños conflictos que se presentan entre tanto caos, el tiempo que pasamos en la fila se relativiza, se vuelven episodios para poner a prueba la paciencia y hasta el pudor. Entonces, uno deposita su enojo y su frustración en la señora que finge sorpresa cuando se encuentra a una conocida y ésta le dice –también falsamente, cerrándole el ojito- “te estaba esperando, pensé que ya no ibas a regresar”. El destinatario de ese coraje era, originalmente, el funcionario representante del “sistema”, el empleado de la ventanilla que en general es bastante inepto. Pero en la cadena interminable de los rencores y las reclamaciones, si uno está en el momento o en el lugar correcto -para el iracundo vengador- o equivocado -para uno- recibirá del susodicho vengador una descarga de frustraciones y reclamaciones trasnochadas.
En la ciudad de los malcriados sólo hay antifilas. Lo sorprendente es que también sea negocio porque siempre habrá un “chalán” haciendo cola por ellos: lo encontrarán apiñado muy cerca de la ventanilla, habrá llegado desde las 4 am, seguro ya es compadre del poli de la entrada, y hasta se ofrece para ir a sacar las copias que faltaban para el trámite. Sin importar sexo o condición social, los malcriados terminan siendo cómplices de los cazadores de “gratificaciones” voluntarias. ¿Cómo se le llamará al oficio del que hace filas y luego cobra una módica suma por "ceder" su lugar? ¿Filanderos? De lo que no me cabe duda es de que pertenecen a la misma cofradía de los franeleros, gestores autorizados para lucrar con el espacio público. Levante la mano el que no está enojado con los franeleros, explíqueme cómo le hizo porque yo ya no sé qué contestarles.

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