RECAÍDAS

La pelirroja y yo, como siempre que nos sentamos a tomar el té, discutimos sobre nuestras recaídas con los hombres, y yo cito a Cortázar: las mujeres, cómo recaen. Ella ríe para darnos la razón. Luego pasamos a la librería y le muestro el nuevo poemario de Gonzalo Rojas. Impecable, mordaz, pasión sin cursilería, profusamente sencillo. Cualquiera diría que el poeta, a sus casi noventa y dos años, es más joven que muchos hombres de treinta que yo conozco. Nos despedimos con abrazos para darnos valor. Ella se va a casa, seguramente recaerá antes de 24 horas. Yo nada más entro a mi casa y recibo la llamada del hombre (no Gonzalo, por supuesto) pidiéndome ayuda, y también me lanzo a recaer, tomo las llaves y salgo despavorida en el auto. Es la inercia, las costumbres de vieja mujer joven que aún confía en que la gente puede ser lo mejor de sí misma. Después del acto antiheróico vuelvo a casa en calidad de trapo de cocina. Aún así, con lo que me queda de cordura, entro a internet a buscar más poemas de Gonzalo Rojas. Vaya, vaya. No esperaba que el hombre, ahora sí Gonzalo Rojas, me hablara tan atinadamente. Y es que los libros, sobre todo los de poesía y misticismo, nos encuentran a nosotros.

A lo lejos pregona la voz del director de orquesta: danzón-poema-tango dedicado a la pelirroja y su amiga que la acompaña:


DE LA LIVIANDAD
Por Gonzalo Rojas

Volviendo sobre una línea de Cortázar, las mujeres
cómo recaen. Man Ray
hizo la foto: lomo largo
con todas las vértebras preciosas a la vista y ella cayendo
flexible en el encantamiento, flaca
la pelirroja, lista
para la otra pasarela del placer, los tirantes
por allá, las medias disparadas, y algo más lejos
en la otra punta de la alfombra los dos
zapatos altísimos sin nadie muertos de amor, tristísimos
y viudísimos de ella pidiéndole frenéticos que no,
que su cuerpo blanco no, que no se entregue
a la usurpación, que vuelva
como en el tango, que
no. –Cierren
finas las cortinas.


Y para completar el baile de esta noche, un paseillo por el salón con Julio Cortázar.



ME CAIGO Y ME LEVANTO

Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe, un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer pero lo mismo esta sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado: A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada. Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en sí a un rehabilitante, pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de si mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos? ¿Cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe donde se está. Probablemente Icaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónimo, y dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, ¿cómo nos rehabilitaremos?

Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvido que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. Somos lo más que somos porque nos alteramos, porque salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pero pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración, y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Como rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, no será esa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo. Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mi me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito.

(Y gracias a Pete por el descubrimiento)

Comentarios

Lucía Malvido dijo…
A esa pelirroja se me hace que yo la conozco. A la del pensamiento visible, a esa sí, seguro.
¿La recaída? también. Qué curioso y obsceno parece compartir tantas cosas con estas dos inquietudes amigas mías. No las conozco tanto y sin embargo cómo me conoces tú, luz. Cómo, qué bien me aconsejaste la otra noche. Te agradezco tanto. Te extrañan las tardes desde la perspectiva de la fila de atrás. Es confortable saber que existes, aunque sea aquí, aunque te lea sin escribirte, siempre, porque me gusta escucharte y pienso que te entiendo aunque no sea así. Pienso que tú también me entiendes y eso sí es verdad. Me disculpo por no estar en la reunión primaveral. Pero ya casi llega la primavera. Algo trae. Ayer me lo mostró. No lo ví bien, pero vi que había algo para cada una de nosotras (Así, hablando en femenino plural, parezco integrante de las de la bar-cita jejejeje) Y seguiré metiéndome por aquí a ver qué me dices. Te mando un gran abrazo comarre. Aparécete de pronto. Encontrémonos casualmente o no, así tan café con leche.
Luci