HELADO
La pelirroja es fan, mi mamá es fan, las amapolas son fans... Hablo del helado de pay de limón que venden justo frente a mi casa, en una heladería discreta y colorida que se llama Helado de los Cisnes. El nombre no le hace justicia al hallazgo pero, en fin, no se puede tener todo en la vida. La pelirroja dice que el helado de pay de limón es tan bueno como el pay de limón deconstruído de Pujol. Aquel no lo he probado pero con este manjar de 12 pesos tengo para abril y para mayo y para lo que nos dure el gusto de su existencia. (Vengan a probarlo. A uno lo atienden los dueños que son la mar de amables, y entonces el helado viene con sonrisa y que pase buena tarde, señorita, señora, asegún.) Decía que el local es discreto y colorido. Está entre una carpintería-plomería-electricista-se hacen todo tipo de trabajos, y un edificio art decó que se desmorona a la menor provocación del aire o la lluvia. Atravesando la calle está la privada donde vivo, a un lado está la sastrería y detrás del mostrador, un sastre viejo, y en la silla, uno joven, su hijo. Luego viene una peluquería que bien vale para un álbum del México de mis recuerdos, y arriba hay un pequeño sanatorio que me provoca las más abigarradas sospechas. Más allá está la lavandería y el taller mecánico, y casi en la esquina, el médico chino, seguro es un éxito porque siempre hay cola, hasta tienen poli en la entrada. La reina de esta calle es la iglesia, a unos pasos de la carpintería, el estanquillo -auténtico, eh- y la heladería. Todos nos movemos al ritmo de las tres campanas que cuelgan de una espadaña sencilla, escoltada por dos angelitos. Uno de ellos me cuida desde su cuerpo de piedra, y yo miro su silueta aun de noche, antes de cerrar la persiana.
Este cuadrante de la Roma Sur es uno de los pocos que conserva su origen residencial y modesto, no hay las joyas arquitectónicas de la calle de Tabasco o Álvaro Obregón. Aquí todavía hay casas con pequeños jardines, hogares donde viven familias con hijos y abuelitos y perros. No hay argentinos ni lofts ni topmodels, somos -dije somos- gente de costumbres. Lo confieso: estoy enamorada del terruño. No crecí aquí, pero entre sus calles voy renaciendo a bordo de una bicicleta y con la melena bañada de sol. Voy descubriendo a solas la resonancia de mis ímpetus. Soy feliz en mi austeridad porque mi búsqueda tiene nuevos bríos.
Este amor por el barrio no es nuevo: crecí en un suburbio al norte de la cuenca (eufemismo recién acuñado para la zona de ciudad satélite), en la falda del cerro Moctezuma, donde hace 5 siglos hubo un adoratorio mexica. Después pasé trece años corriendo en los terregales del antiguo Rancho las Fuentes, o sea, la escuela. Ambos lugares eran lomeríos con árboles de pirul y eucaliptos. Si me preguntaran por el olor de mi infancia diría que huele a hoja de eucalipto y a savia de pirul. Y durante 29 años, pensé que había nacido en en el mismo hospital de Lomas Virreyes donde nacieron casi todos mis primos y mis hermanos. Pero mi madre me sacó del error hace unos días. Soy oriunda de la Roma, nacida en el sanatorio Durango. Entonces el renacimiento comenzó a adquirir vuelos simbólicos, y ahora este barrio es, legítimamente, parte de mi geografía emocional. Eso y un helado de limón, un patio para tomar el fresco por las noches, una casita luminosa donde las plantas han dado sus primeras flores, paseos en bicicleta a deshoras, un barrio que se niega a ser escaparate... Es lo que hay, y me gusta lo que soy ahora.
Este cuadrante de la Roma Sur es uno de los pocos que conserva su origen residencial y modesto, no hay las joyas arquitectónicas de la calle de Tabasco o Álvaro Obregón. Aquí todavía hay casas con pequeños jardines, hogares donde viven familias con hijos y abuelitos y perros. No hay argentinos ni lofts ni topmodels, somos -dije somos- gente de costumbres. Lo confieso: estoy enamorada del terruño. No crecí aquí, pero entre sus calles voy renaciendo a bordo de una bicicleta y con la melena bañada de sol. Voy descubriendo a solas la resonancia de mis ímpetus. Soy feliz en mi austeridad porque mi búsqueda tiene nuevos bríos.
Este amor por el barrio no es nuevo: crecí en un suburbio al norte de la cuenca (eufemismo recién acuñado para la zona de ciudad satélite), en la falda del cerro Moctezuma, donde hace 5 siglos hubo un adoratorio mexica. Después pasé trece años corriendo en los terregales del antiguo Rancho las Fuentes, o sea, la escuela. Ambos lugares eran lomeríos con árboles de pirul y eucaliptos. Si me preguntaran por el olor de mi infancia diría que huele a hoja de eucalipto y a savia de pirul. Y durante 29 años, pensé que había nacido en en el mismo hospital de Lomas Virreyes donde nacieron casi todos mis primos y mis hermanos. Pero mi madre me sacó del error hace unos días. Soy oriunda de la Roma, nacida en el sanatorio Durango. Entonces el renacimiento comenzó a adquirir vuelos simbólicos, y ahora este barrio es, legítimamente, parte de mi geografía emocional. Eso y un helado de limón, un patio para tomar el fresco por las noches, una casita luminosa donde las plantas han dado sus primeras flores, paseos en bicicleta a deshoras, un barrio que se niega a ser escaparate... Es lo que hay, y me gusta lo que soy ahora.
Comentarios
(ashhhh a lo mejor que mi mensaje te parece un poco excesivo pero pus aguantese)
besos
...(sí, sigo emocionada)
y yo creo que también haré un post sobre ese helado (todas las amapolas susurrantes deberían hacer un post)
Te seguiré leyendo, abrazos!
Si se puede saber, pues... entiendo que lo queira todo para usté sola, pero un poquito no se nota.
Gracias, sea lo que sea, porque aún y cuando usté no lo dijera, ha despertado una búsqueda intensa que ya qwuisiera chelo gómez, el deteitive privado (del juicio).
Y siga escribiendo, que para deleite de propios (los suyos) y extraños (los de mi equipo) lo hace de maravilla.