LA CITA CON AJMAD, PRIMERA PARTE

Amjad, La la la.
Le explanada del Palacio de Bellas Artes estaba tomada por los manifestantes y la lluvia, a punto de aguarles la verbena. Yo, deshaciéndome de ganas por fumar un cigarro. A Gabo se le ocurrió, por qué no, que la explanada era un buen lugar. Y ahí, enmedio de las adelitas y el frente social de no se qué frente antireformaenergética, quise encender mi cigarro pero oh, santa salud protectora de los fumadores, desatose la lluvia y todos, con pancartas o sin ellas, nos fuimos a refugiar bajo el techo de la entrada. Portazo. Nadie entra, los que vienen a la función se van de aquel lado. Guardé mi cigarro, Gabo sacó el paraguas y a caminarle. Como no somos prácticos ni pusimos atención, le dimos toda la vuelta al mamut de mármol y por fin llegamos al único acceso. La gente nos empujaba y yo con el paraguas abierto en el umbral. ¡Ciérralo!, me gritó el Gabo (que es de mala suerte, pensé). Como todo lo que compra el Gabo, su paragüitas Victorinox -de lo más nais- tiene un botón que si lo puchas, se cierra en automático. Yo qué iba a saber: el mentao paraguas tuvo a bien salpicar a los que me rodeaban. Todos hicieron AOhouhauh. El Gabo casi me empujó, mojaste a todos. Risas, muchas, pobres de los de afuera.
Nos unimos al grupo de fotógrafos y derechito a plateas: iniciado el espectáculo tienen quince minutos para tomar todas las fotos que quieran y luego les vamos a pedir que se pasen con el resto del público. Sale, pues.
Me dio pena sacar mi cámara de turista; los demás fotógrafos traían bazookas y telescopios. Pero el Gabo... él sí es fotógrafo de danza "y de muchas otras cosas", según dicen sus adimiradoras. Uy, qué me iba a importar la camarita que regalan en los cornfleis si yo traía al mismísimo Gabo. Risas, muchas, pobres de los fotógrafos que sólo traen sus cámaras.
Bellas Artes a reventar, como pocas veces. La función era gratuita: ensayo general con público. Una gran mayoría eran bailarines, coreógrafos, amateurs, puros cuellos de garza y andar de pato, cuerpos estilizados de puro trabajo y callos en los pies. Claro, una que otra panza por ahí, los críticos, los periodistas, los curiosos...

Oscuro. Cuando sube el telón aparecen tres pantallas redondas en proscenio, la del centro más grande que las otras dos. Las proyecciones son haikus: un pez, una rama de ciruelo, una silueta de ave. El piano lanza su primera nota y la ensoñación comienza a tejerse cuando emerge el cello de alguna parte. ¿Dónde están los músicos? Parece una suite para tres haikús. Pero dónde están los músicos. Una luz tenue, de ámbar marchitándose, ilumina el fondo de la escena y dibuja a los músicos. Sobre la pantalla las imagenes se transforman en símbolos: parece una luna, pero es demasiado lisa, es una perla, son varias, un collar, una pulsera de perlas, luego las cubre una imágen volátil, una sábana blanca, y aparece una textura roja, parece sangre sobre la corteza de un pan. la secuencia de símbolos termina en una imágen hermosa: sobre la perla luna duerme una mujer desnuda, con ese rostro de gozo sólo dios sabe qué soñará. Las pantallas perlas se levantan y un cenital blanco traza la pantalla horizontal sobre el piso del escenario. La iconografía ha sido enunciada y la danza puede comenzar.


Continuará...

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