CRÓNICA DE UN DESPIDO INJUSTIFICADO

Para los amigos, talentos caídos en el desempleo:
Diego, Arlene, Nico, Chely, Olga, Claudia, Maribel,
Aline, Bertha, Brenda y Valeria






Ayer fui parte de la realidad global: me despidieron injustificadamente junto con otras 35 personas. Había rumores de recorte de personal, pero cuando uno está haciendo bien su trabajo siente que la guillotina está lejos. Hace nueve meses entré a trabajar a un portal de internet como editora de fin de semana, un fin de semana que, por cierto, iba de jueves a lunes con las mismas 40 horas de trabajo semanal de cualquier otro empleo. Mucha gente escuchaba el nombre de la empresa y asumía que yo ganaba cantidades estratosféricas. Yo los sacaba del error: me pagaban muy poco en relación al nivel de responsabilidad que estaba asumiendo, sin mencionar que estaba contratada por una de esas empresas de recursos (in)humanos llamadas elegantemente de "outsourcing". “Es un buen sueldo para un editor web”, decían condescendientes aquellos que detentan el poder de las publicaciones escritas, como si ser editor de una página de internet fuera un oficio bastardo o simplón. Y no puedo evitar preguntarme: ¿pensarán lo mismo estos dinosaurios dentro de unos cinco años?

En fin, puse una sola condición para que me contrataran: revisar mis logros cada tres meses y hacer los ajustes de sueldo correspondientes. Sin embargo, en las dos ocasiones que intenté renegociar el salario recibí una de esas frases esperanzadoras e inútiles: vamos a ver a fin de año, en diciembre vendrán mejores noticias, ya verás. Claro, me dije, en diciembre los resultados de mi trabajo se verán con mejor perspectiva y será indiscutible el aumento. Y esperé porque no tenía ninguna oferta en puerta, porque había que pagar la renta y sacar adelante otros proyectos personales.

Como cualquier otro periodista primerizo, empecé dando tumbos. Lo tomé con humildad y siempre reconocí mis errores con buena cara. Muchas veces me pregunté por qué no tenía yo el puesto y el sueldo de Juan Pérez, mi “jefe” en la oficina de México cuya verdadera identidad omitiré por cuestiones personales, así como la serie de hechos que me llevan a pensar que JP es como cualquier otro jefazo que nos pone la vida para darnos una lección. Afortunadamente, las editoras en jefe que me capacitaron desde Miami vía messenger, vieron que yo no era como JP. Yo aprendía a toda velocidad y, sobre todo, tenía amor por el lenguaje y compromiso con el trabajo. Y sucedió igual que con todo lo que me entusiasma y me hace crecer: me enamoré de la página y le dedicaba talento, tiempo y cuidado como quien cuida una planta frágil. Había días en los que poner un buen encabezado implicaba hacer un ejercicio de creación poética, un parto lingüístico que no traicionara al hecho periodístico. En fin, era un ejercicio gozoso que siempre rendía frutos reflejados en clicks que, como decíamos, “rompían la página”. Hubo encabezados que, sin temor a reconocerlo, eran pequeñas obras de arte efímero. Así, la editora en jefe de la sección de noticias me asignó otra responsabilidad: además de encargarme de los contenidos del fin de semana, me convertí en editora de noticias durante la semana. Cambié mi horario de martes a sábado y me partí el lomo para sacar ambas posiciones adelante. Siempre había criticado a los medios de comunicación por su irresponsabilidad frente a los acontecimientos, y decidí que ésta era mi oportunidad para demostrar que no hay que subestimar a las audiencias. Estoy segura de que no pocos usuarios sonrieron o se conmovieron con alguno de mis encabezados, incluso con las imágenes que ilustraban las notas. Quizás sólo un par de veces me dejé llevar por el amarillismo, lo acepto, pero siempre con un toque de humor que en vez de provocar morbo matizaba la nota. Durante esos meses leí periódicos y columnas de opinión como loca, escuchaba todos los noticieros que podía, me informé sobre sistemas políticos y económicos. Eso, para alguien que aspira a ser escritor, podría ser una pérdida de tiempo o una fuente de inspiración. Aún hoy, no sé qué hacer con ese cúmulo de hechos llamados realidad. También entiendo, muy platónicamente, que uno no puede “aprender” nada que no traiga dentro de sí.

Durante los últimos tres meses no fallé. Muy al contrario, hice que la sección de noticias fuera motivo de orgullo para muchos. La cobertura que hice del avionazo de Mouriño fue sólo un ejemplo del compromiso y la dedicación que soy capaz de poner en lo que me importa. Estuve ahí esa noche para tomar fotografías, y las imágenes que vi eran muy parecidas a las de una guerra o una pesadilla. Todavía no me repongo y sé que es porque no tengo temperamento para reportear nota roja. Lo mío son las palabras. A muchos les podrá resultar aburrido trabajar con el lenguaje y hacer “curaduría” de un sitio web; a otros debe parecerles “impopular” señalarle a otros que no están poniendo cuidado en lo que dicen, en cómo informan. Pero yo tengo fe en el lenguaje y en el poder que tiene para moldear el pensamiento de las personas, y si lo dudan, recuerden lo que Hitler logró con sus discursos… o lo que Pessoa ha hecho con su poesía.

Apenas hace una semana vi las gráficas de resultados de los últimos dos meses. Como nunca en la historia de la página, la sección de noticias había rebasado las expectativas y estaba por encima de otras secciones. Podría decir que todo se lo debo a Mouriño, pero además de ser un pésimo chiste, es una falacia. Puede suceder la hecatombe, pero si no está presentada oportuna y verazmente, en vez de ser noticia, es historia y a nadie le importa. Números más, números menos, junto con mi felicitación también empezó a circular el rumor del recorte de personal. Y yo, confiada de mis logros, no sentí que pudiera afectarme. Todo sucedió demasiado rápido. El martes por la tarde, mi jefa de Miami me dice que la cosa está muy tensa por allá, que nadie tiene garantizada su permanencia. Me hizo saber que ella había destacado mi trabajo desde el principio, que no dudaba de mi talento ni de mi compromiso. Y entonces empecé a sentir miedo. A la mañana siguiente, de camino a la oficina, pensaba que debía disfrutar ese día porque tal vez era el último. Me conecté y comencé a trabajar. Curiosamente, había una extraña sequía de notas. Llegó JP fresco y sonriente como dando instrucciones para un hermoso día de campo: “Trabajemos hoy como cualquier otro día, dejemos todo preparado antes de las 10, ¿les parece?” Lo que me pareció es que era muy sospechoso su tono en vista de la tensión reinante. Me conecté al messenger y empezó la pesadilla: mi compañera Arlene -que editaba las noticias en Argentina-, me dijo que acaba de salir de una reunión donde la habían despedido a ella y a otros tantos. Estaba terminando la frase cuando, de pronto, se desconectó. Entonces caí en cuenta que JP sabía algo, que la oficina de México tendría su cosecha de cabezas y que la mía, seguramente, estaba en la lista negra. Al rato me contactó Arlene desde la computadora de otro colega y me dijo que, literalmente, le arrancaron la máquina de las manos. Me pidió que siguiéramos en contacto y cuando estaba diciendo adiós volvimos a perder conexión. Para mi fue como si la nave “Argentina” donde viajaban mis amigos hubiera estallado en el espacio. Salí a fumar un cigarro y cuando volví, otra de mis compañeras de Miami me había dejado un mensaje diciéndome adiós. Ella también intuía lo que iba a suceder con ella y conmigo. Entonces nos mandaron llamar. Ahí estábamos los 12 que habían sido contratados "por fuera", es decir, a través de la empresa de outsourcing. Se apareció el gerente de la mentada empresa y una tipa flaca con cara de pocos amigos en representación de la oficina central de EEUU. El tipo nos dio la noticia de la mejor forma que pudo y nos dio cita para recoger nuestra liquidación el jueves en la mañana. La tipa ni siquiera dio los buenos días ni dijo su nombre –eso es no tener educación ni tacto-. Se limitó a decir que nos corrían pero que no era nuestra culpa, “la situación financiera está muy complicada, estamos haciendo una reestructura, la empresa ha decidido dar prioridad a otras secciones, ahí en la esquina están unas cajas –muy gringo el asunto- para llevarse sus pertenencias, tienen 2 horas para dejar la oficina por su propio pie y ya no tendrán acceso a sus equipos”. Salimos de ahí entre risas nerviosas y sintiéndonos verdaderamente humillados. La pregunta que flotaba en el aire era “¿por qué a nosotros, quién eligió nuestras cabezas?” Cuando llegué a mi lugar ya no estaba mi computadora. Héctor, mi compañero de la sección de deportes que había sobrevivido a la masacre, estaba desconcertado al ver cómo los ingenieros se llevaban las computadoras mientras estábamos en la reunión. Lo abracé, le dije adiós y sí, lloramos, lloramos como en una pequeña muerte. Uno se encariña, crea vínculos, hermandad, camaradería y complicidad… y sin una mínima advertencia todo se iba al carajo en menos de una hora. Tal y como había sucedido con los compañeros de Argentina, tampoco me dejaron despedirme de mis colegas de Miami -y me atrevo a decir que son mis colegas no porque yo me invente una pose, sino porque ellas, periodistas de formación y de acción, me reconocieron expresamente como un miembro de su clan. Igual me cuesta trabajo decir que soy periodista, porque no creo estar al nivel de esas personas a quienes respeto y admiro-. Lo que sigue es un trajín que duró cerca de 20 minutos. Entre despedidas, risas incómodas y desconcierto, quitamos los rastros de nuestro paso por la oficina. En la basura quedaron recados, números de teléfono, envolturas, recuerdos, dulces, tonterías que significaban pertenencia a un equipo editorial lleno de talento y mentes brillantes pero, sobre todo, de gente valiosa y sensible –con sus excepciones, claro-. JP había salvado su cabeza. (No se sabe cómo ni por qué. Hay toda clase de especulaciones pero no las mencionaré, porque el periodismo también me enseñó a callarme la boca.) Se paró de su lugar y vino hacia nosotros, quiso abrazar a uno de mis compañeros, al que criticaba a pesar de pararse el cuello con su trabajo. Mi compañero tuvo el tino de decir “No, por favor, no te acerques”. Yo, concentrada en guardar mis cosas, evité el contacto. Al final, porque así soy de ingenua, fui a despedirme de JP y le di un abrazo. O tengo corazón de pollo o mis padres me han educado bien, pero no pude irme sin dedicarle un pensamiento positivo. Good karma, pensé. Muchas veces me doy pena por ser así, debilucha e ingenua. Pero qué le voy a hacer, prefiero no juzgar y pensar que es una persona como cualquier otra, sin adjetivos, y que la vida se encargará tarde o temprano de darle lo que ha sembrado. En cambio, me dolió dejar a Héctor, el chico de deportes. Es más joven que yo y mucho más talentoso, un verdadero periodista que me enseñó a ejercer el oficio sin soberbia, con entrega y creatividad. Lo admiro, lo respeto profundamente al igual que a mis compañeras que editaban noticias en Miami y Argentina. Es increíble cómo se pueden crear lazos tan fuertes a través de una ventana de messenger.

Salí de la oficina con mi bolsa llena de cosas –porque eso de usar las cajitas me pareció, además de un cliché gringo y de pésimo gusto, algo humillante–. Mientras me despedía de la chica de la recepción me percaté que había un guardia de seguridad rondando el área editorial. Es el colmo, pensé, nos echan como si fuéramos delincuentes. Sólo faltó que nos revisaran la bolsa o la cajuela del carro. Qué absurdo. Me fui de la oficina con una sensación de despojo y humillación. Llamé a mis padres para contarles la noticia y me dijeron que me esperaban para comer. Me escucharon, se dolieron conmigo, me aconsejaron, me consolaron e, incluso, me asesoraron para pedir una buena liquidación. Pensé en los miles que estarán en la calle sin trabajo y en peores condiciones que yo, pero no me ayudó a sentirme mejor cuando me los imaginé engrosando, por necesidad o por salir del paso, las filas de la delincuencia. Supongo que no lo entiendo porque no tengo que mantener a nadie además de mí misma y un par de tortugas. Me ha costado varios años alcanzar mi autonomía financiera. Cuido bien mi dinero porque es un sentido de realidad, pero con la liquidación que nos dieron voy a tener que conseguir algo antes de 30 días. Gracias a la maravillosa reforma fiscal, me quitaron el 20% de la liquidación por motivo de impuestos. Me encantaría verlos reflejados en obras públicas, transporte, salud… Le quitan a uno sus impuestos para construir –eso dicen– un mejor sistema de salud. Pero si uno es desempleado no puede gozar de los beneficios del Seguro Social. Qué ironía.

¿Justicia? ¿Qué es eso? ¿Existe, se construye, se compra? No quiero provocar a la vida para que mande pruebas más duras. Sólo trato de entender cómo funciona el mundo, voy perdiendo la inocencia y también, a veces, la esperanza en el género humano. Todos los comentarios optimistas dicen que mi situación es una oportunidad para redefinir mis prioridades en la vida y, si es necesario, cambiar el rumbo. Está bien. Actuaré en consecuencia y recibo lo que venga con los brazos abiertos. La matemática perfecta del universo me sobrepasa, soy apenas una conciencia que está alerta de su devenir. Si esto me está ocurriendo es para que cumpla conmigo misma lo que he venido a aprender. Lo sé, suena fatalista, pero no tengo una mejor elucidación. Ante las circunstancias inexplicables tiendo a adoptar un pensamiento cuasi providencial. Tal vez deje de quejarme pronto, cuando se me pasen el coraje y la gripa. Sí, estoy verdaderamente encabronada porque mi sistema de valores no coincide con las sucias prácticas del capitalismo. Por lo menos aquí puedo decir lo que se me da la gana. Sólo espero que esta crónica no tenga el efecto inverso a una carta de recomendación. Pero estoy enojada porque me corrieron injustificadamente. Y de todo lo justificable, hay cosas que no me checan:

No justifico el despido aunque sé que es parte del sistema capitalista, inmoral e inhumano que TODOS toleramos y del cual sacamos provecho porque no nos queda de otra. Para casi todo puedo inventarme una justificación, menos para el despojo. Hay formas de darle a uno “las gracias”, hay maneras con menos violencia encubierta. Sacarnos de la oficina como si fuéramos delincuentes, perdón, eso es una mierda.

Comentarios

Ceteris Paribus dijo…
Darling:
Leer la crónica y escucharte griposa sólo me provoca unas ganas incontrolables de aventar puñetazos al injusto mundo laboral. Es una pena que no aprecien el valor que aportabas no sólo a una página sino a la gente que te rodeaba. Bien sabemos que al lugar donde llegas la gente te busca y contagias tu buena vibra (eres Leo 100%)... Eso, creo yo, causó envidia en JP (jo'eputa?) y 'decidió' hacerte a un lado entre otras cosas.
Estoy segura que la vida recompensará tu esfuerzo y que -en una de tantas vueltas- este buen karma que brilla en tus ojos iluminará al mundo que te rodea.
Te mando un gran abrazo, una borrachera cibernética y mi apoyo incondicional. Las puertas de mi corazón estarán siempre abirtas al igual que el cientouno para cuando necesites un espacio libre de mala vibra.
TQ
Coquelicot dijo…
Yo no puedo dejar de pensar que sí vienen tiempos mejores querida, por que es evidente que existen lugares donde tu trabajo es valorado y no representas un número más en la compañía. No puedo dejar de pensar que la conquista de tu libertad no está en peligro, esto es sólo una batalla perdida pero no es la pérdida entera, no incluso si hay que replantearlo todo y vivir de forma distinta. Está bien que se enferme y está muy bien que lloré y grite su rabia, por que sí hay que gritar ante la injustica, ante la mezquindad humana, pero no creo y no es por que sea ilusa, que tu destino es fabuloso y que encontrarás lo que buscas, encontrarás un sitio mejor, un sitio duradera y estabilizante y que lograrás esas metas que siguen como tu vida sigue, como tu talento sigue.

Ya sabes que te quiero, ya sabes que estoy contigo para todo incondicionalmente
luks dijo…
hola
no se como llegue a tu blog
pero me .. a ver.. conmocionó, o emocionó esta crónica q habla de lo que muchos vivimos y sufrimos a causa de las reglas empresariales respecto a lo laboral

un saludo
Anónimo dijo…
¿Y por qué seguir protegiendo a esa bola de explotadores? ¿Por qué no dar el nombre de la empresa, y el nombre del esbirro que salva su cabeza a costa de la decencia? Qué buena crónica... tu palabra transmite el coraje, la indignación y la frustración de ser únicamente engranajes de un tren sin alma y sin rumbo. Espero que encuentres trabajo pronto, y que en el inter escribas mucho. Y por favor, publica el nombre de la empresa... ¿once empleados en México, otros tantos en Argentina no podrán al menos hacer un blog, una página internet donde quede exhibida la ignominia con nombre y apellidos?

Abrazos solidarios
Anónimo dijo…
No sabes qué coraje me dio no responder la primera llamada que me hiciste. Me habría encantado gritar de rabia al mismo tiempo, acompañandote.
Pero te he estado acompañando todo este tiempo. Este mundo... de verdad, no podemos seguir permitiéndolo. Usted pare la naricita, que no es ningún número perdido de la seguridad social. Usted es Laludza, la muy querida y maravillosa Luza.
Besos de Lagabis.
Anónimo dijo…
Nena, me llama la atención verte desahogar ese mismo momento que viví junto a tí. A los grandes los pequeños les son indiferentes, aún cuando los resultados son gracias a esos pequeños. Siempre ruedan cabezas y es lo que nos sucede por ser carne de cañón. Yo aún no logro ver cómo deshacerme de las palabras que me ahogan desde la semana pasada (una semana justamente al día de hoy). Enfrentarme a un sentimiento que no había conocido antes. Al día siguiente estuve muy de buenas, hasta caída la noche cuando de nuevo me abrazó una extraña y pegajosa masa gris. A una semana sigo con la cabeza en blanco, tratando de ver qué diablos hacer con el tiempo que ahora parece que sobra y a la vez no alcanza. Tratando de no culpar a unos pero tampoco perdonarlos... Saldremos Luza, de alguna forma los sobrevivientes siempre serán sobrevivientes.
Te extraño.

Maribel
Alex Escalante dijo…
Recibe un saludo y mi solidaridad. Estos tiempos son difíciles, pero podemos seguir adelante si nos concentramos en lo que se tiene que hacer: poner en su lugar a estos tiranos que tienen el mundo de cabeza. ¿Te recomiendo un libro? El último de Naomi Klein...

Tu despido me recordó al que yo presencié hace unos años en Neoris. Humillante por completo para los pobres que salieron del edificio con sus cajitas de cartón en los brazos, muchos de ellos llorando.

Por cierto, llegué a tu blog por mi buen amigo Harmodio, de Malversando...
Anónimo dijo…
Mi querida desconocida,

el objetivo de la rabia está conseguido (transmitido) y tan sólo puede ser contrastable con tu sentimiento de desahogo. El sistema está frente a nosotros, esperando la oportunidad para reirse del inocente, para enriquecer al villano y por tanto reforzar su posición, cada vez más tenemos que levantar capas de asfalto para encontrar naturaleza, donde dicen que reside la bondad del ser humano. Por eso me gusta la ciudad de México como metáfora del universo capitalista que nos ha tocado vivir, porque bajo su gruesa capa gris se encuentra un paraíso de lagunas, naturaleza y sensibilidad que de alguna forma te impregna.
Un saludo compañera y mucho ánimo.
Anónimo dijo…
Ese infame día. Después de dejarlos regresé a mi casa y me senté en la computadora porque estaba segura de que tendría muchísimas cosas que decir, muchísimas quejas y millones de mentadas de madre (sabes cómo me gustan). Pero el silencio pudo más que el peso de las palabras de las que todavía no me puedo deshacer y todavía no existen. Es raro, esa noche salí con tres grandes amigos que se han pasado la vida luchando por encontrar un lugar haciendo lo que verdaderamente aman. Amigos que siempre me contaron como una de ellos, geniales vagabundos virtuosos que creen en sus creaciones y esperan que eventualmente puedan vivir de ellas. Ellos ridiculizaron el nudo que sentía en la garganta y condenaron a una empresa que nos trató con las patas. Lo raro fue la felicitación. La felicidad de sus rostros al saber que había dejado al gigante para ser una de ellos una vez más. Mi caso es mi caso y es infinitamente distinto al tuyo y al de todos los demás que seguramente compartieron esa sensación de pollo decapitado deambulando por las calles del desempleo… eso de ser positiva nunca ha sido lo mío pero no puedo evitar sentir que esa bestia a la le fue tan sencillo desecharnos como artefactos inútiles y defectuosos de verdad no vale la pena. Si para tener verdadera estabilidad económica tenemos que formar parte de esos pequeños universos en los que te incrustan falsos valores, ideologías de caja de cereal y un falso sentido de pertenencia que desaparece en el momento en el que te dan tu caja de cartón, prefiero romperme la madre por algo en lo que de verdad creo. Como dirían los grandes Bob’s (Dylan y Marley respectivamente) ‘Keep on keepin’ on’ y ‘Everything’s gonna be alright’. No sé cómo, pero esa suele ser la historia. Un abrazo, Luzafer.
Dolores Medel dijo…
Tss... Me solidarizo contigo, de entrada trabajo en un medio de comunicación y mi jefe es como tu JP. A mi no me han corrido, pero si así fuera, me sentiría tal cual lo describes... Ni modo, haz lo que tengas que hacer y deseo que encuentres un buen trabajo muy pronto. Por algo pasan las cosas, chance terminas siendo la jefa de JP algún día y así podrás desquitarte y patearlo hasta dejarlo deforme, ja!

Ánimo, buenas vibras desde Jarochilandia. Gracias por tu mensaje en mi blog.
Unknown dijo…
Luza, solamente te puedo decir que eres una mujer a la cual admiro en silencio.. Tienes un talento inigualable y estoy completamente seguro que vendrá algo grande. Gente como tú no puede estar desaprovechada aún cuando el pinche sistema que tenemos se basa en compadrazgos y nepotismo.
De alguna manera comprendo tu rabia, y digo "de alguna manera" porque no he perdido (todavía) un empleo, sino porque el mismo sistema gubernamental me ha hecho ya no se si decir víctima (porque de su condición todos somos partícipes) de una situación de injusticia.
Ahora nos toca ponernos el disfraz de piel humana y decir: De cada cosa mala sale algo bueno.

Recibe un afectuoso abrazo y mi solidarización total.
Te mando toda la mejor vibra.
caracol dijo…
tu quéjate y echa madres, desahógate, saca todo eso que sientes, que es horrible. A mi me pasó algo (parecido aunque no igual) hace un tiempo, y al estilo gringo, con caja y una hora para recoger mis cosas. Como usaba camioneta de la empresa, me dejaron a pie y aparte me hicieron inventario... esperaba ver en esa lista hasta las plumas que usé y me acabé.
Como tu, me senti humillada y tratada como una ladrona.
Ahora trabajo en una empresa que busqué por que decía había compromiso social, trato humanitario... mentiras podridas... no quiero peder la esperanza. Pero intuyo que la unica forma de recibir lo que merecemos es trabajar para uno mismo... en fin.

Esto también pasará y seguro saldrás más fuerte.

un abrazo.