Cuatro semanas, cuatro encuentros

Y aquí estoy, un mes después del último post. Instalada, adaptándome para lo que viene, haciendo que la distancia valga la pena. En el transcurso de estas cuatro semanas han ocurrido muchos encuentros afortunados.

El primero: Carola y su departamento. Después de cuatro días de peregrinar de un barrio a otro de la ciudad de Santiago, en todas direcciones, varias veces en el sentido equivocado, llegando a suburbios muy lindos y a otros que se parecen a cualquier otro terregal de ciudad paracaidista, hallé a Carola, una chilena que bien podría ser oriunda de Nueva Italia, Michoacán -factor que definitivamente influyó en mi decisión de quedarme con ella. Originaria de la Patagonia, menudita, ojiverde, piel de cobre, generosa y muy ocurrente, buena para comer y mejor para compartir. Así es Carola. Y la casa, bueno, la casa es hermosa, tranquila, llena de luz y aire fresco. Por la tarde, desde varias ventanas puedo ver la cordillera mudar del bermellón al malva, y escuchar las campanadas de la iglesia de Providencia llamando a misa de 7:00.

El segundo: la comida. Para una mexicana con mis hábitos, o peor, con mis aspiraciones culinarias, vivir sin maíz y sin mercado sobre ruedas parecía una tortura. Pero en dos semanas se resolvió el asunto gracias a una visita al pasillo de los productos peruanos en el mercado de La Vega. A ello se sumó el descubrimiento del mercado del barrio, a tres cuadras de casa, y la visita guiada de Carola por el hipermercado Jumbo.


El que busca, encuentra -with a little help from my friends, of course. Para muestra, algunos de los platillos de los últimos días: lentejas a la veracruzana -con todo y plátano macho-, chiles secos rellenos de frijol negro y queso, pastel de quinoa con espinaca, sopa de frijol con domplings de maíz azul, ese sí de importación. Sobra decir que Carola está feliz probando mis experimentos gastronómicos.

En compensación a la (prematura) nostalgia culinaria, hay una sensación de paraíso cada vez que uno le hinca el diente al pescado, los mariscos, los duraznos, las ciruelas, las lentejas, los jitomates, los aguacates y, por supuesto, los vinos. No hay manera, no tienen competencia: son baratos, grandes, carnosos, su sabor es tan concentrado que los bocados se hacen largos.

Ahora sólo me falta tomar prestado un pedazo de jardín en la parte trasera del edificio. Tan solito y bien ubicado, a cada rato me hace ojitos como diciendo "¿por qué no me sembrai, weona?".

El tercero: los servicios. El transporte es caro pero funciona, se respeta, es limpio, está señalizado, bien organizado. Vaya, uno puede confiar en el mapa de la red de transporte. En serio, por más que los santiaguinos se quejen, ya quisiéramos los chilangos tener un sistema así. Ahora bien, la topografía de la ciudad es ideal para moverse en bici, por lo menos mientras no lleguen los días de invierno. Pa'pronto, ya me lancé por una bici bara-bara y mañana comienzo a adueñarme de las amplias banquetas y las muchas ciclovías que corren por algunas calles de la ciudad.

El agua potable es otro de los servicios full de maravillosos. Para alguien que viene de chilangolandia, donde el agua potable ha sufrido un vergonzoso proceso de privatización via marketing del miedo, es un lujo poder abrir la boca en la regadera y tragarse la mitad del tinaco para saciar la sed. El sabor no es genial, tiene un ligero gusto a cloro y sales, pero es un recurso seguro que evita la compradera de garrafones.

El cuarto: el lenguaje (que al igual que la comida, merece post aparte). Además de la "S", "Z" y la "D" mudas (como en atró/atroz o naa/nada), usan palabras que durante años solo habitaron en mi vocabulario de lectura, o bien, cuyo origen me es imposible rastrear. (Les recomiendo leer el blog de Hermes el Sabio para que se rían un buen rato y se den idea de cómo se usan algunas expresiones locales, como bacán, caleta, brígido, wn, filo, entre otras).


Los chilenos no hablan en chinga, sino lo que le sigue. Los primeros días uno tiene que ponerse las pilas. O poner cara de pendejo y pedir que se lo digan de nuevo. Vaya, todo es cosa de acostumbrarse. Como adelanto al post del lenguaje, debo confesar mi fascinación por la conjugación de la segunda persona. Por ejemplo, cómo estai, no podís, ¿estabai bañándote?, y mi favorito, no te preocupís. Joyas musicales para alguien "caleta" de auditivo como su servidora.

Una confesión al calce
Me gusta cuando la vida me hace comerme mis palabras. Con todo y mi discurso indiefoodiano, mientras no tuve casa ni internet hice del Starbucks mi oficina provisional. (Cueek!) Y acepto sin falsos pudores que la musiquilla, el olor, los sillones y todo en ese local estratégicamente replicado y replicable me hacía sentir en un lugar seguro y, de cierta forma, hasta familiar. Shame on me.

Comentarios

Eduardo dijo…
De lujo, se te lee y se te escucha de lujo.
Ya la envidia de "la buena" me hace pensar en un viaje express a Chile.
Cuídate y sigue escribiendo.
Eduardo,
Gracias por la respuesta y la atenta lectura. Avísame si te animas a venir.
Abrazos desde el inminente otoño,
Luza