En tránsito (otra vez)

Hace más de dos meses que no pasaba por aquí. Digamos que había dejado la casa cerrada con candados, los muebles cubiertos con sábanas, cortados el paso del agua y el gas. En mi ausencia fui a muchas partes. 


A México, por ejemplo. Ahí vi al doctor, pasé por las librerías, los cafés, los mercados, la playa, la casa de mis padres. También fui a algunos pueblos para acordarme de qué aire están hechas mis venas y de qué maizales está hecha mi carne. Del campo, me traje guardado en los ojos el caleidoscopio de verdes veraniegos. Los he dejado que se asomen de a poco, para que vayan familiarizándose con sus primos, los verdes de primavera austral, que son más tímidos para mostrarse. 


Fui a visitar a mis amigas y mis hermanas, a reencontrarme en sus risas que son como faldas tejidas con hilos del sol. Tenía que ir con ellas porque ya no me acordaba quién era yo, ni cuáles eran los colores de mi voz o por qué las trampas en mis pesadillas. Las miré, las olí, las escuché, las estrujé. Me traje sus abrazos colgados como papalotes, y también su fuerza, que sale como una chispa en la punta de los dedos, como un susurro detrás de las orejas. Regresé con el alma envuelta en el rebozo de sus voces. Así ya no siento ese frío en la raíz del hueso. 


También fui a la casa que había dejado antes de venir al sur.  Fui a despedirme porque ya no podía seguir partida en dos. El corazón por acá, el cuerpo por allá. Estaban las plantas, la ventana, algunos muebles, mis libros, la tortuga, el perro. Estaba el hombre, estaba el amor escindido. El futuro se nos había escapado hacía semanas. Lo buscamos. Hicimos incluso la guerra para hallarlo. Pero comprendimos que ese futuro sólo se podía conjugar en pasado. Luego nos dijimos adiós despacio, torpemente. Porque uno nunca deja de ser principiante en los desprendimientos.


Aquí estoy, de regreso en esta casa que parece ligera como un trozo de papel. Mi cuerpo llegó hace una semana pero mi alma recién entró. Y detrás de ella, el oleaje de la despedida. A la orilla de mi cama han comenzado a llegar los caparazones. Tienen forma de espiral, de estrella, de escarabajo. Son hermosos, me hacen llorar cuando los toco y también cuando les doy la vuelta. No traen nada adentro, sólo ese sonido que, dicen, es el canto del mar. Pero yo sé que es la respiración de los fantasmas. 


Ya casi termino de entrar en mí.  Muy pronto habitaré este lugar como una sola. Cuando suceda, me sentiré lista para descubrir qué es y en dónde está esa fuerza que me trajo al sur. 

Comentarios

ursula dijo…
Qué bello retrato sobre los viajes, los reencuentros con uno mismo, el fin del amor, las despedidas y lo que viene después, qué imágenes tan precisas. Muchas gracias por explicarlo de una forma tan bella. Te mando un abrazo bien grande hasta el sur, desde tu tierra de maíz y sol.