La abuela Olga

Olga Orozco y Alejandra Pizarnik
Estoy empezando a estudiar la obra de Olga Orozco. No la conocía. Curioso –lo digo con ironía– que ninguno de mis maestros la hubiera nombrado antes. Ahora que fui a Buenos Aires me la encontré de frente en una librería, me miraba desde la portada de Poesía completa, publicada por Adriana Hidalgo editora. La leí un buen rato y nos amigamos de a poco, porque las dos somos desconfiadas al principio. Pasada la mutua prueba, nos reímos y me la traje para que habitara con las demás abuelas de mi voz. 


Olga es quizás la más misteriosa de todas, la más filosófica y hermética –de Hermes. Es de esas abuelas que todo el tiempo te habla en profecías y te deja pensando semanas en el revés de todo lo que existe. Ignoro a qué olía, pero imagino que había algo de nuez y lavanda en su piel. Eso me revela su voz que, dicen, era áspera, profunda. 


Algo se me tuerce por dentro cuando los críticos y reseñistas haraganes insisten en llamarla "bruja". Lo mismo que a Marosa, a quien tachan también de "rara" e inclasificable. Igual que a Bombal y a Pizarnik, no las bajan de "locas de patio". Me pregunto cuándo llegará el día en que se tomen la molestia de ver por qué las obras de estas mujeres los perturban. Ojalá se atrevieran a pensar autrement, quizás se darían cuenta de que han mirado el mundo con un sólo ojo, y que han estado viviendo en el costado derecho de su cuerpo. 


Y entonces: Olga. Resulta que la abuela Olga fue una maestra para Alejandra Pizarnik. Y cuando Alejandra se fue hacia el revés de la vida, Olga le escribió este poema bellísimo, sobre el cual se podrían hacer decenas de ensayos. Yo quisiera escribir un poema así sobre alguien, alguien de cuya alma conociera los itinerarios. Creo que nunca he amado tanto o tan generosamente.


Por lo pronto: el poema. 
El título está tomado de la obra de Ravel, Pavane pour une enfante defunte. 
Aquí la música para la infanta. 
Pavane for a Dead Princess by Ravel on Grooveshark

  Acá el poema de la abuela Olga.
"PAVANA PARA UNA INFANTA DIFUNTA"


Pequeña centinela,
caes una vez más por la ranura de la noche
sin más armas que los ojos abiertos y el terror
contra los invasores insolubles en el papel en blanco.
Ellos eran legión.
Legión encarnizada era su nombre
y se multiplicaban a medida que tú te destejías hasta el último hilván,
arrinconándote contra las telarañas voraces de la nada.
El que cierra los ojos se convierte en morada de todo el universo.
El que los abre traza las fronteras y permanece a la intemperie.
El que pisa la raya no encuentra su lugar.
Insomnios como túneles para probar la inconsistencia de toda realidad;
noches y noches perforadas por una sola bala que te incrusta en lo oscuro,
y el mismo ensayo de reconocerte al despertar en la memoria de la muerte:
esa perversa tentación,
ese ángel adorable con hocico de cerdo.
¿Quién habló de conjuros para contrarrestar la herida del propio nacimiento?
¿Quién habló de sobornos para los emisarios del propio porvenir?
Sólo había un jardín: en el fondo de todo hay un jardín
donde se abre la flor azul del sueño de Novalis.
Flor cruel, flor vampira,
más alevosa que la trampa oculta en la felpa del muro
y que jamás se alcanza sin dejar la cabeza o el resto de la sangre en el umbral.
Pero tú te inclinabas igual para cortarla donde no hacías pie,
abismos hacia adentro.
Intentabas trocarla por la criatura hambrienta que te deshabitaba.
Erigías pequeños castillos devoradores en su honor;
te vestías de plumas desprendidas de la hoguera de todo posible paraíso;
amaestrabas animalitos peligrosos para roer los puentes de la salvación;
te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos;
te probabas lenguajes como ácidos, como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.
¡Ah los estragos de la poesía cortándote las venas con el filo del alba,
y esos labios exangües sorbiendo los venenos de la inanidad de la palabra!
Y de pronto no hay más.
Se rompieron los frascos.
Se astillaron las luces y los lápices.
Se degarró el papel con la desgarradura que te desliza en otro laberinto.
Todas las puertas son para salir.
Ya todo es el revés de los espejos.
Pequeña pasajera,
sola con tu alcancía de visiones
y el mismo insoportable desamparo debajo de los pies:
sin duda estás clamando por pasar con tus voces de ahogada,
sin duda te detiene tu propia inmensa sombra que aún te sobrevuela en busca de otra,
o tiemblas frente a un insecto que cubre con sus membranas todo el caos,
o te amedrenta el mar que cabe desde tu lado en esta lágrima.
Pero otra vez te digo,
ahora que el silencio te envuelve por dos veces en sus alas como un manto:
en el fondo de todo jardín hay un jardín.
Ahí está tu jardín,
Talita cumi.

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