Conversación intervenida II


– Sucede que me canso de ser hombre.
– Yo también, sólo que mi cansancio es doble: me canso de mi humanidad y de tener que ser mi propio modelo de hombre, autónoma, proveedora, protectora... ¿Te ha pasado?
– ...que entras en las sastrerías y en los cines, marchita, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza?
– Sí. Pero no me siento como un cisne sino como una muñeca de cartón que cuando se desliza por debajo de las puertas pierde su ropa de papel. Mi desnudez se transparenta como las alas de los insectos volando viento en contra. Los olores de los demás llegan a bocanadas y me resultan tan repugnantes.
– El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
– Igual que el de las carnicerías y los locales donde ponen uñas de acrílico. Ya no sirvo para andar con esas frivolidades, me cansan los tumultos y los bares. A veces sólo quiero vivir en el campo o junto al mar.
– Sólo quiero un descanso de piedras o de lana.
– Mmh, sí, tranquilos, como corteza de árbol con musgo.
– Sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
– Entiendo. Pero los jardines. ¿No te gusta tirarte en el pasto, soltarte el pelo, quitarte los zapatos...?
– Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra.
– Claro, es que para ti es incómodo recordar que tienes un cuerpo. Para mí es al revés: es lo único. Las mujeres sólo tenemos nuestro cuerpo, pero allá en el mundo tenemos que llevarlo como si fuésemos hombres. No me gustan las leyes de los hombres, por eso entiendo eso que decías al principio. ¿Cómo era?
– Sucede que me canso de ser hombre.
– Eso. Yo creo que todos tarde o temprano nos cansamos de ser hombres. De sus demostraciones, de su retórica, de su jaleo con el poder. En el fondo nos gusta lo impredecible, cuando somos niños nos asombra la magia.
– Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado.
– Pero ya no los hacen como antes, ni los notarios ni los lirios ni los sustos. Los oficios perdieron su magia y los lirios no son tan misteriosos. ¿Sustos? Una orquídea o un asfódelo.
– O dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
– Una monja. Curiosa elección. Trato de imaginar a quién me gustaría matar y no encuentro que la sangre de otro valga lo suficiente como para mancharme las manos. A menos que tuviera que lavar con ella la sangre de los míos.
– Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío.
– Llorar a gritos, gritar hasta morir de frío. Quieres gritar pero no puedes. Me pasa igual pero me aguanto hasta que viene alguien que me cuenta algo gracioso y ahí aprovecho para carcajearme. El sexo también me alivia pero no siempre hay con quién. Y la masturbación saca todo a la superficie, a veces son tesoros, a veces cadáveres. ¿Por qué no quieres gritar?
– No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
– Al menos antes la comida no era tóxica. Tampoco era tan rica pero al menos no era tóxica. No que ahora. Da pena saber que existan tantas formas de hacer la guerra, los laboratorios, las farmacéuticas, los supermercados... Dentro de veinte años los chicos van a preguntar dónde estábamos mientras estallaba la guerra civil.
– No quiero para mí tantas desgracias.
– Yo tampoco, pero no pienso nada más en mí.
– No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena.
– Lo sé. El síndrome del domingo en la tarde es letal.
– Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel y aúlla en su transcurso como una rueda herida.
– Imagínate eso mismo pero trabajando en una oficina o en una fábrica, el hacinamiento, la rutina. La frustración...
– ...da pasos de sangre caliente hacia la noche.
– Salir en lo oscuro, caminar al transporte público, toda esa furia cruzada, las promesas incumplidas, la deshumanización. Te imaginas todas las posibilidades de la muerte y te...
– ...empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana.
– De ahí a los diarios amarillistas. Sanguinarios. Son el reflejo de nuestra brutalidad. A veces siento que huelo el miedo rancio en la piel de los criminales y no sé como describirlo, huele a...
– ...a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas.
– ...a basura acumulada en las esquinas, descomponiéndose tras la lluvia de la noche y bajo el sol del medio día. Es igual al olor de mis pesadillas, aunque en ellas me pierdo y vago por zonas industriales donde no hay nadie, hace siglos que no hay nadie y todo está cubierto de gris polvo, es una noche perpetua y sin embargo huele a basura. De pronto no puedo abrir los ojos, como si estuviese quedándome ciega.  ¿Qué hay en tus pesadillas?
– Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
– En mis sueños de niña había ombligos pero vistos desde dentro. Hace poco soñé con un espejo, yo me ponía un vestido negro y al buscar mi reflejo aparecía el rostro de la furia. Desde entonces es mi sueño recurrente. Luego me quito el vestido y salgo a un campo, mi abuela me espera al pie de un árbol de líbano, camino hacia ella y me siento en sus piernas.
– Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.
– ¿Vamos a dormir? Allá no es tan cansada la existencia.

Comentarios

TIGUAZ dijo…
Me gusta tu estilo, felicitaciones por el escrito. Un saludo cordial.
Anónimo dijo…
Yo siempre te leo, aunque ya ves que luego no puedo decirte nada. Un abrazote, Luz.