Me gustaría repararnos


1 Me he pasado más de diez años en terapia para sanar las heridas provocadas por varias de mis anteriores parejas, hombres que ejercieron violencia y amenazas en mi contra cuando había problemas en la relación o cuando yo, finalmente, decidía irme de ella. Mientras sanaba, fui entendiendo que las acciones de esos hombres son el resultado de un sistema que nos violenta a todos por igual, y que precisamente por eso necesitamos trabajar juntos para desactivarlo.
A pesar de todos esos años de terapia, sigo sintiendo una suerte de vergüenza por haberme relacionado con ese tipo de hombres, porque "una chica preparada tendría que saber identificar a sus depredadores". Pero no, nadie te prepara para eso. Al contrario, te preparan para ser carnada. Todo está planeado para que, después de ser violentada, te sientas avergonzada y culpable y desesperanzada. Para que desistas de buscar alguna forma de justicia o reparación.
El primer mandamiento no escrito para las mujeres es: "Si alguien te rompe, tendrás que repararte a ti misma". Y es así como, callada y llorosa, tomas tu depresión, tus heridas, tu vergüenza y tus ganas de morirte, y te haces cargo de ti misma. Porque no hay nada en ese sistema que pueda remediar lo que te pasó. Adentro de ti, en cambio, hay algo pequeño y poderoso que te habla desde el fondo del cuerpo pidiéndote que te aferres a la vida, que no desistas, que vuelvas a creer.
Y ahí vas: pagas tu terapia, pagas tus medicamentos, aprendes tres tipos de meditación, te construyes una conciencia, no dejas que el miedo o la inercia te regresen a ese lugar. Pero en tu próxima relación, vuelves a encontrarte con una variante insospechada de violencia. Así que regresas a terapia. Aunque apenas tengas para la renta, pagas lo que haya que pagar para sanarte, para volver a creer. Cuando vuelves a fracasar, sospechas que debe haber algo muy malo en ti, porque siempre "escoges" mal. Y vas de regreso a la terapia. Y tomas el diplomado. Y pagas el siguiente taller. Y te inscribes a la meditación del grupo de mujeres, y aunque no tengas tiempo, vas todos los martes. Y te lees todo lo que tengas que leer para comprender cómo llegamos a estos niveles de maltrato, o de confusión, o de desencuentro. Vaya, te buscas la vida, te deconstruyes porque te atreves a meterte al pantano y a hablar con los muertos, los tuyos y los de las que vinieron antes de ti. Como ves que la cosa se pone cada vez más complicada, decides renunciar a tener una relación de pareja hasta que no aprendas a distinguir a tu depredador.
De pronto, haces un balance: llevas los últimos diez años de tu vida no amando, no progresando en tu profesión, no ahorrando para tu retiro... sino invirtiendo el raquítico excedente que te deja tu trabajo en aprender a distinguir a tu depredador. Es durísimo, pero te convences de que es lo correcto. Te sientes un poco a salvo, un poco lista para que comience el segundo capítulo de la reparación. Ahora eres consciente de que ya no quieres participar de un sistema de relacionamiento basado en la desigualdad y la violencia. No quieres vivir a la defensiva, pero ¿cómo se logra eso?
Y vuelves a la terapia, pagas los cursos y las sesiones extra, meditas diario y no te permites caer en viejos patrones, lo cual implica un esfuerzo extra en cada conversación, en cada gesto, en cada decisión, en cada mensaje. Reflexionas y trabajas en ello con tus amigas, que andan en las mismas, reconstruyéndose, reinventándose, reconociendo los caminos posibles. Emprendes la renuncias necesarias para poder vivir en paz. Pero lo haces con gusto porque entraste en un territorio nuevo: empezaste a creer en ti misma.
A esas alturas, la terapia forma parte de tu vida cotidiana. En la meditación de los viernes descubres que las heridas ya sanaron, de verdad, y que ya no necesitas hablar de ellas. Ahora te has planteado el objetivo de reconstruir tu identidad desde otro lugar, a partir de lo que une y no de lo que separa.
Alguien te recuerda que todo eso que has pasado se llama resiliencia. Por primera vez en doce años te sientes orgullosa de tu proceso. Te das cuenta de que en tus peores días, cuando te sentías un objeto desechable y sin motivos para existir, lograste reconectarte con la vida gracias a tus amigas y a tu familia amorosa. No te pidieron pruebas ni explicaciones, solo te acogieron cuando pediste ayuda. Te dieron ternura. Te escucharon sin dudar de ti. Confiaron en que encontrarías el camino de vuelta. Y te acompañaron sin juzgarte.
Entonces eres capaz de ver que la resiliencia es un recurso y que el cuidado emocional es un espacio. Y comprendes que ambos, recurso y espacio, le han sido sistemáticamente negados a los hombres. Sus necesidades emocionales fueron anuladas y sus intuiciones, desestimadas. Los enseñaron a desterrar la ternura, a cultivar la competencia, a alimentar la dureza, a usar la lengua para crear separación, a imponer autoridad ahí donde debía estar la confianza, a decir "te lo mereces" en lugar de preguntar "cómo puedo ayudarte". Entonces miras hacia atrás. Muy atrás. Y te lamentas porque en esta batalla que ha durado más de treinta siglos todos hemos perdido.

2 Mientras todo lo anterior ocurría, me dediqué cinco años a escribir una columna sobre temas de bienestar dándole un enfoque crítico y de género. Yo le hablaba, sobre todo, a las mujeres. Pero después de un tiempo, comprendí que ya no hacía falta, que nosotras ya estábamos en el camino de generar recursos propios para cambiar este sistema binario que nos define, nos separa y nos pone a pelear para su beneficio. Comprendí que la siguiente fase del proceso, al menos del mío, implicaba trabajar con los hombres. No para hacerles el trabajo, como advierten algunas, sino para mostrarles que este sistema, que ellos mismos defienden, también los ha despojado.
El sistema patriarcal dinamitó el puente que los conducía a su mundo emocional. Se ha borrado todo rastro de ternura, de cuidado y de aceptación. Los hombres no deben mostrar lo que sienten. Es más, mejor que no sientan, que solo hagan, que ejecuten los planes del progreso, la dominación y el éxito a toda costa. A cambio, recibieron una patente de corso sostenida en el "pacto masculino", junto con una serie de privilegios que, en algún momento, bastaron para compensar el vacío emocional. Lo que ahora ocurre es que ese pacto se ha vuelto en contra de todos.
Las exigencias de los últimos tiempos han producido en los hombres una infinita frustración, porque no importa cuánto hagan (más rápido, más alto, más fuerte, más cabrón, más rico, más poderoso), nunca serán lo que este sistema espera de ellos. Este sistema está lleno de trampas, solo hay un lugar en el podio para el número uno. ¿Y qué hacen los hombres con esta sensación de fracaso? No pueden atravesar el puente hacia sus emociones, no tienen acceso a los espacios de cuidado y resiliencia, no tienen redes de apoyo en donde se sientan acogidos. Así que actúan según la norma ancestral: desquitándose con quienes los rodean, sus parejas, sus colegas, su familia. Destruyéndose a sí mismos, aislándose más, haciendo de su entorno un campo minado.

3 Me gustaría que los hombres, nuestros hermanos, colegas de trabajo, parientes y desconocidos, pudieran reconocer la manera en que este sistema también los ha despojado a ellos. Me gustaría que pudiéramos desactivar la dinámica del enfrentamiento y la separación. Me gustaría que cuando vieran las heridas que ellos también han recibido, su primera reacción consciente fuera pedir ayuda. Me gustaría que se atrevieran a renunciar a esa programación mental que los empuja a argumentar cuando, en realidad, lo que requiere este momento es que reconozcan sus vacíos y que aprendan a construir el puente hacia sí mismos, en lugar de reaccionar como han sido entrenados, destructivamente. Me gustaría que dejaran de vernos como enemigas o carnadas. Me gustaría que rindieran sus armas y que se aproximaran a sí mismos, que aprendieran a dialogar entre ellos sobre sus emociones, que fueran conscientes de cómo sirven a amos invisibles, que renunciaran al deber ser de este sistema revanchista, que reconstruyeran su identidad desde un lugar donde la ternura y el cuidado están en el centro. Me gustaría que alguien, con una voz más resonante y lúcida que la mía, pronunciara lo que debe pronunciarse en estos casos, en donde todo es ruido y furia. Me gustaría encontrar un par de palabras para romper el hechizo de esta estúpida separación milenaria. Me gustaría que pudiéramos repararnos unos a otros.

Comentarios

Belacqua dijo…
porque necesitamos empatía, porque no somos enemigos, porque todos nos hemos roto... necesitamos repararnos
para leer y reflexionar, comparto
#yosolopasabaporaqui
Unknown dijo…
Muchas gracias por este texto! En serio es conmovedor y abona mucho a reflexiones que he tenido durante el último año. Creo que nada, absolutamente nada cambiará si los hombres no se ven desde y para adentro y este escrito me parece sumamente valioso y pedagógico. Fijo te sigo leyendo!

Gabriela